Les comparto una experiencia
muy memorable, corresponde a la primera sesión de lectura del proyecto
Biblioteca - Escuela. Resultó ser uno de los encuentros más fascinantes en los
estudiantes vinculados, ya que muchos de ellos desconocían de los contenidos de
literatura infantil y a su vez, distinguir entre los géneros de cada una de las
obras, además que era la primera vez que este grupo de 32 niños visitaban
nuestras instalaciones.
Desde un principio, luego de
dedicar tiempo en lecturas y relecturas de los contenidos literarios de la
colección semilla, se hizo selección de dos obras que por sus características
poseen importancia, por lo bien que están escritas, por las riquezas literarias
en sus historias y la relación de estas con sus llamativas ilustraciones,
además de ser por legado unos verdaderos clásicos de la literatura infantil, me
refiero a “Donde viven los monstruos” del escritor e ilustrador Maurice Sendak,
por otro lado, ¿A qué sabe la luna?, de Michael Grejniec.
Se buscó la manera de
enamorar los estudiantes de los libros y pensamos en esas obras en las que
hacemos mención, aunque éramos conscientes de que se requería de un proceso muy
activo, muy constante en la relación de estudiantes con los libros. Se buscó
que, durante las lecturas en voz alta, los alumnos estuvieran conectados con la
atmósfera en la que daban movimiento los personajes. Así que constantemente,
nos deteníamos y recurríamos a formular muchas preguntas con respecto a los
contenidos de las historias, era necesario romper el silencio, era necesario en
ciertos lapsos, alterar ese circuito imaginario que va desde el niño hasta el
libro y ubicarlo en la realidad, vincularlo con esta misma y volverlo a llevar
a ese escenario de la imaginación, para así lograr una interacción ajustada y
una mejor interpretación de los contextos, hechos y situaciones que iban
apareciendo al pasar de cada una de las páginas.
Fue clave la motivación, el
gusto por los libros se empezó a adquirir desde ese entonces. Los estudiantes
frecuentaban la biblioteca para cada actividad programada y cuando por
circunstancias ajenas no era posible trasladarlos, nos encargábamos de llenar
nuestros morrales de libros y dirigirnos hasta la institución educativa en la
que estaban, allí les dedicábamos tiempo, entre juegos, rodas y lecturas en voz
Alta.
Por:
Bayron Araújo Campo
Promotor
de Lectura y Escritura.
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