“Siempre imaginé que el Paraíso
sería algún tipo de biblioteca”. Empiezo recordando esta frase de Jorge Luis
Borges porque, en esencia, resalta el significado que converge sobre esos
espacios de lectura y aprendizaje. Con esta afirmación, Borges concibe la
lectura como una rutina que hace feliz; y yo creo que el mundo sería un mejor
lugar si los rutinarios fueran cada vez más niños y sus familias. Es evidente
que allí, en la biblioteca, emerge ese pasado poco sepultado del que aún se
puede rescatar la importancia de viajar entre letras, de comunicarnos para
conocer y crecer. Es también vital para todo presente y futuro el valor
cultural que encarna la biblioteca y la conservación de historias que
sobreviven en miles y miles de páginas.
A la mayoría de los
bibliotecarios del país el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de
Colombia les han brindado la oportunidad de capacitarse con el proyecto
“Lectura y Primera Infancia” y de ejecutarlo, a su vez, en las bibliotecas
públicas a las que pertenecen. Este proyecto ha trascendido exitosamente en la
conquista de usuarios de la comunidad, en la creación de “rutinas” y en la
participación de niños y familias vinculadas a las actividades de lectura que
se promueven durante todo el año.
En un primer momento este
proyecto busca desarrollar algunas de las capacidades perceptivas y
lingüísticas de los bebés, lo que lleva también a fortalecer los lazos
afectivos entre padres e hijos y a generar interacciones entre ellos a través
de las enriquecedoras historias y de los personajes y autores que emergen de
los contenidos literarios de las colecciones para primera infancia. Allí el
bibliotecario se convierte en un niño más que analiza sus reacciones y
comportamientos cuando están al frente de un libro, y las comparte y traduce,
generando imágenes que activan su curiosidad y los invita a dejarse llevar… la
sala infantil se convierte en un lugar mágico, divertido, de amigos, ¡y querrán
regresar muchas veces más a la biblioteca!
El bibliotecario tiene una
valiosa misión de comunicación a través de lenguajes alternativos y este tipo
de proyectos le ayudan a encontrar esa sensibilidad. Con un bebé no puedes
hablar esperando encontrar igual respuesta, pero escuchar sus balbuceos mientras
observas con detenimiento sus gestos e intentas interpretarlos es también un
acto comunicativo y tiene muchísimo valor. El adulto se desprende de sus
conocimientos para aprender del bebé, y el acto de lectura en voz alta (por
parte del adulto que le acompaña en el momento o del bibliotecario) es un
encuentro cercano que activa su motivación hacia las historias y lo conecta con
la atmósfera en la que da movimiento a los personajes y elabora sus propias
creaciones.
Lo provechoso del proyecto es que
el gusto por los libros se adquiere a muy corta edad, es allí -desde los
primeros años- donde se da la conquista del lenguaje y las habilidades
comunicativas empiezan a desarrollarse y a hacerse muy evidentes. La presencia
de los bebés en las bibliotecas públicas ya es una constante, fueron surgiendo
más amantes de las historias a medida que conocieron las obras de reconocidos
autores como Keiko Kasza, Ivar Da Coll, Taro Gomi, Benoit Charlat, entre otros.
Se busca también clasificar la
variedad de géneros literarios y destacar el cuento y los libros álbum, sobre
todo si tienen muchas ilustraciones, los cuales se hacen más interesantes y
apropiados para lograr la interacción, romper el silencio de la lectura y
entrar a formular preguntas, conocer las respuestas de los niños y obtener una
mejor interpretación del texto. Lo importante es que estas lecturas no sólo se
llevan a cabo en la biblioteca, también existe la facilidad del préstamo de los
contenidos, así que muchos de estos usuarios, enamorados de cierta historia o
personajes, piden llevarse los libros, lo que resulta fortaleciendo el hábito
lector desde sus casas. Tanto en los niños como en los adultos que los cuidan.
Las tardes se hacen cada vez más
propicias para ir y descubrir nuevas historias; las bibliotecas se han
convertido en ese espacio ilimitado que permite trascender la realidad, donde
lo increíble se vuelve creíble, donde el tiempo parece detenerse y sólo transcurrir
en las historias, mientras los personajes emergen sucesivamente entre oleajes
de palabras, saltándose de las páginas de los libros abordados, para luego
situarse en la imaginación del niño y llenarla continuamente de aventuras
memorables.
Me sorprende mucho cuando escucho
a los niños mencionar algún personaje, como sucede con Choco, Ernesto, el
elefante Elmer, la pobre viejecita, Caperucita Roja y Chigüiro. Cada vez me
convenzo de la riqueza literaria que ciertas obras nos transmiten, tanto así
que da gusto recordarlas una y otra vez, así reiteradas veces, y siempre que
las retomamos es como si al volverlas a leer descubriéramos algo nuevo o
encontráramos nuevas relacionamos con otros textos. El reconocimiento de
animales es una constante, distinguirlos también, en lo terrible y espantoso
que pueden convertirse o lo sensible y buenos que pueden llegar a ser, sin duda
alguna, esto les ayuda a enfrentar sus miedos y más precisamente la realidad.
He tenido la experiencia de
trabajar lecturas con niños con edades de 2 a 5 años y me doy cuenta de que
encuentran mucho placer al narrar, al dar invención a historias, a veces hasta
con el sólo hecho de observar las ilustraciones empiezan a crear personajes y
situaciones que van moldeando poco a poco hasta construir una narración con
base en su imaginación. Podría afirmar con absoluta certeza que son “cuenteros”
natos. Este género literario le permite esa entrada a un mundo imaginario,
totalmente vivo y de gran movimiento, en la medida en que constituye una forma
de compartir ese universo con los demás, de revelarlo por medio del lenguaje
ante la necesidad de expresar lo que ven e imaginan, moldear la realidad a su
manera, pero ¿cómo es la realidad de un niño? No tan ajena de lo fantasioso,
las dimensiones imaginativas resultan ser infinitas. Sus cuentos y relatos
terminan convirtiéndose en ese vehículo para hablar de sus afectos, impresiones
y sus emociones.
Es necesario que el bibliotecario termine por convertirse en ese niño más y de manera rutinaria entre en interacción con los más chiquitos para escuchar y compartirles canciones, leerles poemas, introducirse en ese universo literario, disfrutarlo, gozarlo, sentir que está más vivo y latente que nunca. Sumergirse en las historias, recordar personajes feroces y retar sus miedos; personajes como Ernesto el león hambriento, los monstruos ilustrados por Maurice Sendak, increíbles animales que intentaban ser los más poderosos, tan feroces que parecían saltarse de las páginas de sus historias y perseguir a esos chiquitos lectores por toda la biblioteca, pero allí estaba el abuelo sapo para defenderlos y un sastrecillo muy valiente.
Por:
Bayron Araújo Campo – Promotor de Lectura Regional, Ministerio de Cultura (Biblioteca Nacional de Colombia)

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