Por: Bayron Araújo Campo –
Promotor de Lectura Regional, Ministerio de Cultura (Biblioteca Nacional de
Colombia)
En lo más recóndito del Cesar existe
un corregimiento de pocos pobladores llamado El Hatillo, un lugar que parece
calcinarse entre la luz hirviente de los días. Al aproximarse se perciben las
casas de bahareque y las calles destapadas cubiertas por un polvo fino que se
desprende de una aledaña montaña en la que explotan el carbón. El Hatillo no
parece más que un lugar sumergido en la desolación a la sombra de los
árboles de mango, palma de coco y guayaba, como si un ventarrón de violencia
hubiera cargado con todo rastro de existencia, todo aliento de vida, pero no es
así. Las hamacas se mecen en cada rancho, las mecedoras hacen presencia en
corredores o terrazas, los vallenatos clásicos se escuchan en la distancia y el
humo chorreante y constante de una fábrica de extracción de aceite de coco
también está presente.
Al adentrarse un poco más en el
corregimiento se encuentra una enorme cancha de fútbol que los niños suelen
frecuentar para divertirse cuando la tarde empieza a caer. A su alrededor, bajo
unos pocos árboles de algarrobo y mamón, se reúnen todos los jueves estos
mismos niños a la espera de la bibliotecaria de El Paso (Cesar) Yolima Almanza,
quien llega con una de las maletas viajeras cargadas de libros infantiles,
cuentos y poemas. Ella, en su experiencia lectora y en el trabajo con los
niños, ha sabido identificar los textos infantiles que más disfrutan, por lo
que ya reconocen algunos autores como Keiko Kasza, Claudia Rueda, Rafael Pombo,
entre otros.
Esos encuentros hacen parte de uno de
los programas de extensión bibliotecaria de la Biblioteca Pública Serna y
Silva, el cual lleva por nombre “Libros viajeros”. Como es habitual en cada
actividad que se promueve los niños se sientan alrededor de una mesa formando
una medialuna, en la que se hacen visibles los libros, y allí se realizan
lecturas en voz alta, se habla sobre los contenidos leídos, los personajes que
más les agradaron, lo que desean seguir explorando a través de la lectura y
sobre las historias que les han sido significativas y que más recuerdan.
Posteriormente, los niños escogen el libro que más les llama la atención y
deciden explorarlo en detalle. En algunas ocasiones la bibliotecaria se encarga
de realizar la lectura en voz alta y en otras, son los mismos niños quienes
leen, venciendo su timidez y sus miedos por dirigirse a un pequeño público;
llevados por la motivación, desatando esa dosis de curiosidad por conocer el
contenido de las historias y conectándose con la atmósfera en la que dan vida y
movimiento a los personajes.
Una oportunidad de viajar a otros
mundos, de abandonar el propio para conocer otras realidades e inevitablemente
soñar. Es importante destacar el hecho de que en un corregimiento apartado y
con poco acceso a las bibliotecas y libros, se dé esa oportunidad de que los
niños sean partícipes de actividades en torno a la lectura, pensadas desde la
misión de construir mejores ciudadanos, apuntando siempre a las
transformaciones culturales que pueden solidificarse empezando desde allí,
desde lo más sencillo y humano, desde los primeros años de edad, desde lo
sensible, lo inocente, risueño y curioso que puede resultar ser un niño que
está en constante contacto con los libros. Y desde luego, que el Hatillo pueda
pasar esa página de soledad para que sea más que olvido y desolación.



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